Quito vivió el Arrastre de Caudas con un representante del Vaticano

Con la presencia del Alcalde Mauricio Rodas y autoridades religiosas, una catedral repleta de feligreses recibió el tradicional Arrastre de Caudas, un antiguo rito católico que se realiza en Quito desde el siglo XVI. Este ritual rinde un homenaje a Jesucristo, como el general muerto, que libera a la humanidad de los pecados. El ritual nació en la Catedral de Sevilla y fue heredada por la Catedral de Lima y pasó luego a Quito, sin embargo, en la actualidad se realiza solamente en la capital ecuatoriana.

Como invitados especiales estuvieron: el Nuncio Apostólico del Vaticano, Andrés Carrascosa y obispos de Latacunga y Ambato. En la Plaza Grande se colocaron  300 sillas y pantallas gigantes para que los feligreses que no lograron entrar a La Catedral puedan observar la ceremonia. En total se estimó la asistencia de 1000 personas al evento.

El alcalde Mauricio Rodas indicó que: “Esta tradición data de más de 500 años y es necesario conservar y fortalecer  porque representa una parte fundamental de la identidad de los quiteños y celebración de la Semana Santa”.

Durante la ceremonia, el Arzobispo de Quito, Fausto Trávez agradeció a la Municipalidad por la logística, promoción y difusión del evento. “Gracias a esta promoción en los medios de comunicación el Arrastre de Caudas ha tenido una trascendencia religiosa y turística local e internacional. Además permite que esta tradición se prolongue en el tiempo”, señaló.

La mayor parte de evento está conformado por cánticos. Durante la ceremonia, el Arzobispo es acompañado por un séquito de 24 religiosos. 8 canónigos están cubiertos por ropajes negros con unas colas largas de cuatro metros aproximadamente, que simbólicamente van barriendo los pecados de la humanidad en el momento de recorrer el interior de la Catedral. El Arzobispo mientras recorre el templo, custodia en sus brazos un pedazo de la astilla de la cruz original en la que le crucificaron a Cristo y que fue traída a Quito desde el Vaticano.

Uno de los elementos principales de la ceremonia es una gran bandera negra con una cruz roja. El negro representa el luto de la humanidad que queda en oscuridad y el rojo el martirio de Cristo.

Una vez que la procesión interior llegó otra vez al altar, los clérigos se ponen de rodillas y luego se acuestan como representación de la muerte de Jesús, en tanto que el Arzobispo ondula la bandera sobre las cabezas de la congregación transmitiendo el coraje y pundonor del General caído.

El Arzobispo golpea  el asta de la bandera tres veces en el suelo, luego los canónigos  se levantan rememorando la resurrección de Cristo. La ceremonia concluyó con la bendición de la verdadera cruz  de Cristo.

Historia

La ceremonia tiene su origen en la historia del Imperio Romano. Cuando un general del Ejército moría en combate en una batalla, su tropa conducía su cuerpo, con los más grandes honores, a la ciudad  importante más cercana para darle sepultura. El Jefe sobresaliente de la legión batía primero el estandarte sobre el féretro para captar la valentía, los méritos y espíritu del general difunto.

Luego batía ese estandarte sobre la tropa de la legión romana para transmitir a los soldados la valentía, el espíritu y los valores del general.

Esta costumbre la tomó la Iglesia Católica por su simbolismo para trasladarla a la liturgia de la Semana Santa. “Jesucristo es el general que da vida  libre y voluntariamente por la salvación de la humanidad en el madero de la cruz liberándola del pecado, de la muerte y de la condenación eterna con una muerte dolorosa”, transmitió el Arzobispo.

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