En Quito existen centros especializados que mitigan el trabajo infantil

Hace 10 años Verónica Guilca y su esposo decidieron que jamás su hija Magali vendería frutas y hortalizas en las calles del Centro Histórico de Quito. Los padres deseaban que su primogénita realice sus tareas en un espacio adecuado, se alimente a tiempo y este lejos de los peligros que con llevan deambular por la urbe.

Ellos no sabían que existían centros especializados en la ciudad donde brindaban apoyo pedagógico y tareas dirigidas a los pequeños. Verónica escuchó sobre la ‘Casa de la Niñez 1’ de la Unidad Municipal Patronato San José. Al principio mostró curiosidad y recelo por romper el estigma generacional: los hijos deben ayudar a trabajar a sus padres. Su determinación cambio la vida familiar. Magali apenas tenía 8 años cuando fue recibida en la Casa, ubicada en la calle Chimborazo y Av. 24 de Mayo, esta joven quiteña, el año pasado, se graduó de bachiller contable.

“El servicio que brinda este lugar nos ayuda a todas las personas de bajos recursos, que por necesidad, llevamos a nuestros guaguas a las calles para realizar nuestro trabajo”, menciona Francisco Cepeda padre de Magali. Él explica que trabaja en la construcción. Muchas veces no puede estar pendiente de sus hijos por las largas jornadas que emplea en su labor. “Es una bendición este aporte que brinda el Patronato San José a los más necesitados. Mis hijos no están expuestos al peligro de la calle, la contaminación y los vicios. Acá están bajo techo, seguros, comiditos y con las ‘profes’ que velan por ellos, ¡qué más se pude pedir a diosito!”, menciona emocionado Pedro junto a su señora y Alexander, el último retoño de esta familia, que se beneficia de este servicio junto a los 212 niños y jóvenes que llegan de varios sectores de la ciudad.

“Alexander era un niño que no comía, tímido, dependiente de mí. Ahora es sociable, canta, baila, come todito, ha subido de peso y con sus hermanos es bien cariñoso” señala Verónica que no deja de resaltar las virtudes de la Casa y sus educadoras; debido a eso Sara y Gabriela, sus otras dos hijas también se favorecen de estos servicios.

Jazmín Vargas y Gabriela Reinoso, son dos educadoras de las sietes que trabajan en Casa de la Niñez 1. Coinciden que es la vocación, el amor y la paciencia lo que les permite cambiar o mejorar vidas de los beneficiarios.

Para la “profe Gaby”, como le dice su grupo cariñosamente, todo radica en un abrazo, un halago, un ‘cómo estas’. “Los niños necesitan cuidados en un marco de respeto, solidaridad y amistad que oriente a los infantes a desarrollar hábitos de estudio, aseo y limpieza. Fortalecidas por actividades lúdicas, recreativas y culturales”, acota Gabriela.
“A los niños de 4 a 5 años les encanta escuchar cuentos antes de su siesta de 45 minutos después del almuerzo”, menciona Jazmín, que tiernamente explica lo importante que es para un niño la alimentación, los ejercicios de motricidad y las actividades grupales. “Se te llena el corazón por su cariño y agradecimiento, los niños pasan a ser parte de ti, vez como avanzan en la parte nutricional y social”.

Lo más gratificante para estas educadoras es un abrazo y ver como los niños con tan poco son muy felices y que los padres vayan tranquilos y contentos a sus trabajos.

‘Hogar de Paz’ en el sector de El Tejar y los ‘Guagua Centros’ de La Mariscal y Mayorista también son centros especializados en restituir los derechos de los niños, niñas y adolescentes que habitan en la calle.

El Patronato San José a través de estos espacios gratuitos que benefician a poblaciones en situaciones de vulnerabilidad de Quito, promueve la erradicación progresiva del trabajo infantil para evitar los riesgos a los que se exponen niños, niñas y adolescentes cuando acompañan a un adulto que trabaja en la calle.

Jennifer Marcatoma tiene 13 años, cursa el primero de bachillerato en el Colegio General Artigas. Todas las mañana, ella asiste al ‘Hogar de Paz’ donde la educadora Magdalena Aguirre, le apoya en sus tareas y antes de ir a estudiar recibe el almuerzo al igual que los 180 niños, niñas y adolescentes que asisten al centro.

“En este lugar existe una sala de computación que es necesario para las consultas y trabajos que me envían a diario los profesores; además, las ‘linces’ me ayudan con las tareas en inglés”, dice Jennifer que se siente segura y protegida en el Hogar de Paz.

Magdalena Aguirre recalca que es la seguridad, los cuidados y la orientación a los padres lo que permite cambiar vidas: que los niños y jóvenes regresen de nuevo a estudiar, que no se vulneren sus derechos y encuentren sentido a la vida.

Rosa Gualli, madre de Jennifer y oriunda de Riobamba, manifiesta que si estudian es mejor que estar en la calle. Califica como una bendición la existencia del Hogar de Paz.

“Gracias al Patronato por estos proyectos sociales”, dice Rosa y con tristeza comenta que su pequeña desapareció dos veces del Centro Histórico por vender en la calle. “Fue horrible y desesperante, lloré demasiado, hasta que la Policía Metropolitana y Nacional la encontraron… Como no estar agradecida y tranquila sabiendo que recibo tantos beneficios gratuitos”.

Cada uno de estos centros está integrado por un equipo técnico que realiza abordajes en calle para lograr un acercamiento con este grupo vulnerable e insertarlos en actividades lúdico- recreativas como: escuelas de fútbol, talleres psicopedagógicos, arte, música, danza, apoyo académico, salidas recreativas, ciclos de vacacionales, entre otros.

Además los centros cuentan con un trabajador social que monitorea cada uno de los casos y da seguimiento para conocer los avances y fortalecer ciertas dinámicas con los niños y sus padres; así también existen un psicólogo que ayuda con terapias y concejos para mejorar las relaciones intrafamiliares.

 

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